Tengo que irme

La feminista de mierda. Yo. Una farsa de mi propio discurso. Una embustera, una sombra. Un timo. ¿Con qué criterio voy a contarme ahora realidades si he traicionado mis ideas?

Me enamoré. Me enamoré tan hasta los huesos que dejé de respirar durante algunas estaciones. En nuestro vagón de hierro sólo existían amor, sexo y lucha. Y la lucha se confundía con el amor y el sexo con la lucha. Y bajo la ducha nos corríamos las semanas, los meses, los años. Y nos pensaba como ese cambio que buscamos en el mundo, una bandera de hilo que se tejía a cada orgasmo.

No había modelos para nuestra relación, así que nos la fuimos inventando. Compusimos la forma de amarnos y desabrochamos cada botón de todas mis camisas.

Mi primera revolución fue que entraras. No sé como llamarlo ahora que te estoy sacando. Porque, entre tanto beso, tanta tela y tanta calle, no vimos que los botones se descosían.

Y ahora que no somos dos, las fobias patriarcales se agolpan en los bolsillos. Siento soledades, miedos y celos, ¿dónde está mi feminismo?

Llevo tanta culpa por no ser la mujer que deseo. Si el feminismo nos cagó la vida, no te quiero contar la culpa. Esa culpa culpita por cometer pecados biopolíticos que no se absuelven con ninguna penitencia morbosa. Supongo que todas acarreamos las culpas de haber fracasado ante nosotras mismas. Pero necesito más.

*Texto resubido de Feministas Ácidas. 2013

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